TATUAJES: LA INTENCIÓN Y SUS RIESGOS

                         Estamos asistiendo, con creciente frecuencia, a una progresiva adicción a la adición de las más variadas ocurrencias bajo la piel, utilizando su superficie, la epidermis, como transparente cobertura de las mismas, y se diría que la costumbre se ha convertido en competición por ver quién sobrelleva más y mejores. Nombres o adjetivos para recuerdos u homenajes, subrayados de deseos y nostalgias o combinaciones para perseguir la nueva identidad: dibujos e imágenes por remedar el arte: flores, pintura abstracta, fechas o perfiles, “Te quiero”, “Mañana más”, “Venceré”… Sin embargo, convertir en museo el tejido cutáneo, documento que se quiere imperecedero o archivo de logros y proyectos, no está exento de riesgos.

                       Los pigmentos introducidos en la dermis con una aguja, pueden permanecer fuera de las células o ser incorporados por algunas de ellas ( fibroblastos, macrófagos…) y producir reacciones inflamatorias, alergias como consecuencia de los productos empleados en ciertos colores (cadmio, cobalto, cromo, derivados de mercurio…) que podrían afectar al organismo entero o, el proceso del tatuaje, trasmitir infecciones no sólo locales y así se han comunicado, entre otros, casos de tuberculosis, lepra, hepatitis, VIH… Por añadidura, su eliminación, mediante láser o excepcionalmente cirugía (de preferencia los de color amarillo o naranja, de solución más difícil), podría igualmente no ser inocua, sin descartarse, a más de las complicaciones citadas, quemaduras o ampollas.

                      De lo anterior cabría concluir que el tatuaje es, amén de capricho, una condena a la subordinación por lo decidido tiempo atrás y que quizá se quiera, en el futuro, borrar por salir del pasado y volver a empezar. De ser el caso, la pregunta parece obvia: ¿No existen mejores modos de proyectarse, definirse o transmutarse, que el de inyectarse tintas varias en la dermis? En mi opinión y se mire lo que se mire, cara, brazos o nalgas, la misma gilipollez compartida por demasiados.

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SEDUCIDO, UNA NOCHE, POR EL FLAMENCO

                Lo repudiaba y era oírlo o verlo en alguna cadena y cambiar inmediatamente de canal hasta que una noche, en el reciente viaje a Granada que ya comenté en el post anterior, fue presenciar una representación del mismo, por consejo de mi nuera, y quedar seducido al extremo de que me planteo asistir a otro baile de tener ocasión.

                Sucedió en el Templo del flamenco, en el Albaicín, donde la cena era amenizada durante una hora por tres bailaores – 2 mujeres y un hombre – a más de guitarrista y percusionista, y disfruté del espectáculo artístico hasta donde no me era dado imaginar. Ellas, con atractivos contoneos, desplantes, vuelo de volantes y unos zapateados inimitables que incluso superó el varón, a un ritmo de taconeo que, de haberlo querido imitar, no dudo que habría acabado con mis tobillos. Fue por todo ello que, tras volver a casa y aún con las imágenes vivas, me he entretenido en saber más de dicho baile y dedicar un rato a contar mis sensaciones.

               Según he leído, el flamenco tuvo su origen en Andalucía allá por el siglo XVIII como producto de una mezcla de culturas: árabe, judía, gitana… Y la originalidad de tal expresión artística motivó que la Unesco lo declarase Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2010. De haberlo sabido antes de presenciarlo en la cueva granadina, lo habría considerado un despropósito y sin embargo, a día de hoy, me parece a todas luces pertinente premiar un arte que expresa emociones de un modo peculiar y diría más: inimitable. Todavía con él en la memoria, siento que es capaz de despertar algunas sensaciones que de otro modo seguirían sin alegrar el alma. A mí me ha sucedido y, de tener ocasión, volveré a dicho baile para un placer que hasta entonces no podía predecir. Por cierto, y si pasan cualquier día por Granada, no se pierdan el Templo que les digo: el del flamenco. Quizá sientan algo parecido a lo que yo viví.

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¡ENTRE AVIONES Y AEROPUERTOS…!

                     Para el transporte a largas distancias no hay mejor alternativa. Sin embargo, los pasajeros debemos soportar las consecuencias de ocasionales defectos en la planificación, desorganizaciones varias o infraestructuras francamente mejorables. Las esperas hasta el anuncio de salida pueden hacerse insoportables, y ni les digo cuando ya pasada la puerta de embarque y sin bancos donde reposar, resulta que deberemos permanecer de pie y hacinados porque los viajeros del avión al que deberemos acceder aún no han empezado a bajar del mismo.

                        Ya conseguido, pudiera ser que no encontremos en las cercanías del asiento lugar donde colocar el maletín, que las estrecheces – en aumento – agraven ansiedad o artrosis, y la cosa puede ir a peor si durante el trayecto alguien necesita atención sanitaria, porque no se dispondrá de la medicación oportuna, desde insulina a antiepilépticos por un decir, y es posible (así me ocurrió, al intentar revertir el coma de un diabético), que debamos regresar para la oportuna asistencia y, tras la misma, vuelta a empezar con la esperanza de llegar a buen puerto, lo que, por circunstancias varias, tampoco está garantizado.

                       Así me ocurrió la pasada semana en el viaje a Granada. Hubo que aterrizar en Málaga debido a la niebla y, obligados a desembarcar, anunciaron que seríamos transportados en autobús a nuestro destino. Pasaron dos horas, tres… y sin información otra que el “Ya vendrá, aunque no sabemos cuándo”, decidimos llegar a la ciudad que figuraba en el pasaje por nuestra cuenta y merced a Uber. ¿La compañía (Air Europa) nos reembolsará el gasto, dado que no cumplieron en tiempo razonable? Pues está por ver tras la demanda, aunque lo dudo. Y ni les cuento si se tratara de Ryanair, la empresa aérea con menos ética y escrúpulos entre las que conozco.

                      Pero en fin: tras unos días volvimos a Palma de Mallorca, y si un aeropuerto es más bien lugar para que nuestra andadura llegue hasta la extenuación, aquí lo tenemos tras su remodelación, y es que no es de recibo el tener que caminar más de media hora, ancianos/as incluidos, para conseguir llegar a la puerta de salida. Por todo lo visto y experimentado, quizá sólo nos quede confiar en que, a no tardar, a la I.A le salgan alas y, a la llegada, patinetes con espacio para la maleta. Entretanto, aerolíneas y gestores de aeropuertos podrían cambiar sus pilas en beneficio de los usuarios, ¿no les parece?

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PRECIOS CAMBIANTES EN BARES Y RESTAURANTES

                        Es sabido el encarecimiento de los productos con el paso de los años. No obstante, y en una misma época, los precios pueden aumentar o disminuir, con independencia de la calidad del establecimiento o su ubicación, por aconteceres varios y entre otros el volumen de la clientela, aunque el mismo provoque en ocasiones efectos distintos a los que se esperaría de una relación directa entre demanda y beneficios. Contradicciones que más de una vez, frente a la caña y tapa acompañante, dan que pensar, ratificando que en último término el único interés es el del dueño.

                      Se diría obvio que, frente a una plétora de consumidores (buena calidad y servicio, lugar de reconocida fama…), podrían reducirse algo los precios para mantener la clientela, sin que ello afectase a unos beneficios cuantiosos dado el elevado número de visitantes. Sin embargo, acostumbra a ocurrir lo contrario bajo la convicción de que el total de ganancias seguirá en alza aunque el costo pudiera disuadir a algunos, lo que tendrá escaso o nulo efecto en la cuenta de resultados. ¿Bajar algo los precios supondría mejor alternativa para aumentar una parroquia que caso de subirlos podría pensar en buscar otro bareto? Pues como habrán comprobado y pese a lo razonable de la opción, no es lo usual, decantándose por el encarecimiento o servir menos por más.

                    Vayamos ahora, a diferencia de los anteriores, a negocios con exigüa demanda. Cabría aquí el más por menos con el objetivo de atraer gente, aunque pueda decidirse la inversa: subir precios y de ese modo intentar reducir pérdidas. En cualquier caso, contradicciones o disyuntivas que apuntan a que no es, en general, el volumen de consumo lo que marca las directrices sino el amo del local, característica por otra parte generalizada en el mercado capitalista donde, en aras de mayor rentabilidad, cada quien acostumbra a hacer de su capa un sayo. En resumen: altibajos en los que calidad o precios de la oferta pueden tener poco que ver con lo que se espera por quienes acuden al local aunque, en el curso del tiempo, terminen por imponerse los altis sobre los descensos a costa de unos adictos cuyo bolsillo sólo experimentará cortos y esporádicos alivios. No obstante, y si apetece la mesita en determinada terraza al ponerse el sol, ¡allá me las den todas!

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MEADAS Y EXCREMENTOS: ¿CUÁNDO Y DÓNDE?

                        Hoy quiero llamar su atención sobre todo ello en aceras, esquinas y portales, aunque sin duda sea llover sobre el mojado por las meadas. Los paseos de perros en aumento, y marcando territorio con esos orines que acabarán por dejar una indeleble impronta mal que nos pese a la mayoría, porque a algunos propietarios el comportamiento de sus mascotas, sea cual sea, parece propiciarles siempre una sonrisa de complicidad por encima de manchas y desagradables olores. Sin embargo, no siempre son canes los responsables, y es que también hombres y mujeres, aunque éstas en menor proporción, pueden decidir hacer aguas menores – los excrementos son infrecuentes – en la vía pública o dejar ahí las botellas con su orín. Así ocurre, en pueblos de por acá, con algunos conductores de autobús cuando en plena masificación turística y sin excusado próximo al que acudir. Por lo demás, ¿dónde miccionar esos miles que bajan de un crucero, los del botellón llegada la madrugada, o de sentir alguien una urgencia irreprimible y sin botella que poder llenar, ni váter accesible?

                              Sea cual fuere procedencia o situación, remedios y alternativas a tanta orina por doquier no se han extendido, a diferencia de otras épocas o algunos lugares en la actualidad. Para perros y gatos se aconseja el vertido inmediato de agua jabonosa con vinagre para evitar rastros y hedores, pero no es aún una costumbre generalizada y en nuestro entorno pueden comprobarse los resultados. En cuanto a micciones humanas donde no se debe, en la Roma antigua los retretes públicos eran largos bancos con agujeros en que hacer las necesidades mientras se conversaba sin pudor ni empacho alguno. Podríamos volver a ese pasado – si no copiamos lo visto en algunos sitios, y Jerusalén es un buen ejemplo de lavabos suficientes, como comprobé en su día– de no aumentar significativamente el número de baños públicos con acceso permitido las 24 horas.

                               Las multas, como ya ocurre en algunos municipios, no parecen producir el deseable efecto disuasorio, los inodoros en bares no pueden ser una solución global y de la educación, como se comprueba, poco que esperar a corto plazo. En conclusión: manos a la obra con urgencia mediante inversión pública, progresiva concienciación ciudadana sobre las meadas sea cual sea su procedencia y, entretanto. una bolsita para la propia si no queda más remedio. En cuanto a las menos probables deyecciones, excrementos sin retrete a la vista, quizá imitar por el momento y en espera de tiempos mejores a Santa María de Alacoque que, por aquello de alcanzar el cielo tras la muerte, se comía las deposiciones de los enfermos a quienes cuidaba. En nuestro caso, sin establecer diferencias entre las propias o de los animales de compañía, con lo que la santificación sería más probable si cabe.

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